miércoles, 24 de agosto de 2011

24 de Agosto, 00:03


Al menos conservo las gafas de sol y un último cigarro. Es de locos ponerse a fumar aquí, seguro que está prohibido además; pero entre nosotros, unos minutos más o menos de aire no van a cambiar la situación. Los perros seguirán aullando, los grillos tragando saliva y las señoras meando en mi jardín del ático; me seguiré pudriendo cada vez un poco más.

Unas gafas de sol y un cigarro, qué manera más elegante de asistir a tu funeral. Una caja de pino por abrigo a la intemperie de la noche. Calada profunda, turbia la mirada, ¿dónde hay que firmar, agente?. Éramos unos niños en realidad pero nos sentiamos más hombres con un cigarro en la boca, a peseta la unidad... o lo que fuera, los vendían así y los compartiamos, o los pediamos e incluso los recogiamos.

Esos fueron los principios de una carrera de vicios y hoy los siento propios. No hay ninguna virtud en agonizar tras unos cristales.

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