La noche, rota apenas en un halo de luz de farola mal avenida, que malamente
ilumina la silla, es mi compañía, junto con el silencio, la tristeza, la
incertidumbre, la culpa, la vergüenza, la rabia, el dolor, la sensibilidad que
se cierra sobre si misma, aislada y protegida, la soledad.
Siento a la muerte sentada, abrumada por la belleza trágica de la noche. Siento
su llanto y ella el mío, caen nuestras lágrimas sin decirnos nada. Mirarla es
mirarme, mirarme es ser oscuridad que se agarra a la piel desesperadamente en un
abrazo ciego y profundo, de amor y de consuelo.
Apenas le alcanza la luz mientras la observo frente a mí, y sin embargo qué
cierta se presenta en la ausencia y el temor, es mi compañera de noche, sentado
en el sillón, en una habitación con vistas al negro. Tras la puerta, los fríos
pasillos de fluorescente, la inoportuna realidad que está por llegar.
Algo se ha roto en mí dejando en su lugar un hueco de tristeza. La muerte
lo guarda tras su manto y abandona la silla, azul en esta luz. Se va con la
promesa de un regreso.