Alma curtida a cuero y hebilla, mi pequeña criatura. Ruedas salvaje por los
montes entre risas de eucalipto, con tus rodillas de infancia y el sol en la
mirada. Son días de ligaduras de sangre y alas a batir, días a volar por la
tierra y la hierba y olvidar.
Me desbordas de corazón, me abrumas con tu amor, me envuelves de devoción.
Como lobos solitarios recorriendo sendas oscuras que sólo un corazón negro puede
reconocer, dejamos libre a la mente divagar entre esquinas de cemento, llevada
al viento por corrientes de deseos que tal vez nunca llegaran a fructificar,
que tal vez simplemente tornaran en bloques de hielo derritiéndose ante la
adversidad.
Te vistes con corazas de tormenta y te desnudas en el ojo del huracán. No
hay aristas, ni esquinas que doblar, sólo un espejo inmenso en el que querer
reflejarse; un espejo de verdades y honestidades, de entregas sin ataduras, de
barco en puerto seguro, de certezas cristalinas y agua pura.
Y en el cruce, exhaustos de abrir caminos de soledad, nuestros ojos se
reconocieron, las voces se enredaron en hiedras de emoción, nuestros corazones
se dibujaron de tiza en la pared. Fuimos por primera vez.
Alma, mi alma, mi niña pequeña, me reconozco en tu piel generosa, me visto
de tu amor, soy tu fiel creyente. Eres mi vida, tu alma herida, tu alma
remendada, tu alma de gaviota.
No hay comentarios:
Publicar un comentario