martes, 6 de agosto de 2019

Gaviota

Alma curtida a cuero y hebilla, mi pequeña criatura. Ruedas salvaje por los montes entre risas de eucalipto, con tus rodillas de infancia y el sol en la mirada. Son días de ligaduras de sangre y alas a batir, días a volar por la tierra y la hierba y olvidar.

Me desbordas de corazón, me abrumas con tu amor, me envuelves de devoción. Como lobos solitarios recorriendo sendas oscuras que sólo un corazón negro puede reconocer, dejamos libre a la mente divagar entre esquinas de cemento, llevada al viento por corrientes de deseos que tal vez nunca llegaran a fructificar, que tal vez simplemente tornaran en bloques de hielo derritiéndose ante la adversidad.

Te vistes con corazas de tormenta y te desnudas en el ojo del huracán. No hay aristas, ni esquinas que doblar, sólo un espejo inmenso en el que querer reflejarse; un espejo de verdades y honestidades, de entregas sin ataduras, de barco en puerto seguro, de certezas cristalinas y agua pura.

Y en el cruce, exhaustos de abrir caminos de soledad, nuestros ojos se reconocieron, las voces se enredaron en hiedras de emoción, nuestros corazones se dibujaron de tiza en la pared. Fuimos por primera vez.

Alma, mi alma, mi niña pequeña, me reconozco en tu piel generosa, me visto de tu amor, soy tu fiel creyente. Eres mi vida, tu alma herida, tu alma remendada, tu alma de gaviota.

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