Los brillos recorren la ciudad al sonido del tacón. Noches frías,
cuero caliente. Corremos tras un barco de asfalto ondeando la bandera de
la desesperación. Reímos, bebemos, nos caemos y nos volvemos a
levantar. La luna pone rostro a cada cara.
Nos ponemos una máscara
sobre la máscara, ¿o nos la quitamos?, con el fin de reventar los
eslabones que nos sujetan, ¿de verdad es eso?. ¿Quién es el amigo y
quién el enemigo?. ¿Quién suelda la cadena o quien la rompe?. Mi cabeza
es un griterío, un patio de voces, un corral de gallinas. Todos opinan y
alguien decide. Pero, ¿quién?.
Suelos mojados resuenan tristeza
en cada paso. Cada golpe de tacón me hunde un poco más en una soledad
mísera. Cada baldosa conocida, cada garaje orinado son un recuerdo del
lugar al que no he de volver jamás. Las voces dicen esto y aquello, pero
cuando forman un coro su nota vibra con fuerza mostrando mi rostro en
el espejo. Es la determinación.
Pienso que sólo existen las
verdades propias. Nadie más puede escuchar todas las voces, sólo las que
quieres mostrar.¿Qué voz decide cuáles se muestran a quién, y cuáles
no?. ¿A quién le enseñamos el coro sabiendo que nos desnudamos?.
A la luna.
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