miércoles, 24 de julio de 2019

Neveras rojas en campos verdes

La radio está encendida mientras me fumo un cigarro dentro de la nevera. Gritan en el plasma, plasman nuestros gritos y bajo el volumen. No es lo mismo, no lo es, pero qué es al final.
Pulpos, bacaladas, caballos, orgasmos. La vida se gira y rueda, colchones deluxe, sábanas fornicadas, polvos.

Camino por verdes prados pensando en neveras rojas desperdigadas en medio de la nada. Habitan monstruos perezosos rodeados de guirnaldas volátiles, brillantes en el climax, breve y lúcido. El cielo nublado y el aire frío; sopla el viento enrendándome el pelo, rojo, rizoso, pecoso. Pecas naranjas como lentejas a separar, piel blanca y labios gruesos…

¡ Silencio ¡, me digo. Me callo, escucho, cierro los ojos. La sangre recorre su camino, a borbotones; un ruido estruendoso que no oímos y que no sentimos. La sangre palpita con rabia. ¡ Silencio¡ - me grita. Me callo, escucho y percibo. Roja, en una nevera roja en un campo verde. El cabello al viento, y la luz se muestra en cascadas cegadoras repletas de peces subconscientes, cántaros de vicios, deseos, miserias, verdades como rocas.

El río suena, la sangre avanza, los deseos se agolpan contra presas de moralidad. Una mente abierta de piernas es un abismo al ostracismo, el olvido, el rechazo, la hipocresía. Una mente fornicada es una mente satisfecha, una mente.

Sigamos pues, cabalgando por verdes praderas entre secretos exhibidos y congelados en neveras rojas. Maduremos nuestras ideas follando como monos los cerebros victorianos hasta que expandan sus masas cerebrales en un orgasmo de liberación.

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