La radio está encendida mientras me fumo un cigarro dentro de la
nevera. Gritan en el plasma, plasman nuestros gritos y bajo el volumen.
No es lo mismo, no lo es, pero qué es al final.
Pulpos, bacaladas, caballos, orgasmos. La vida se gira y rueda, colchones deluxe, sábanas fornicadas, polvos.
Camino
por verdes prados pensando en neveras rojas desperdigadas en medio de
la nada. Habitan monstruos perezosos rodeados de guirnaldas volátiles,
brillantes en el climax, breve y lúcido. El cielo nublado y el aire
frío; sopla el viento enrendándome el pelo, rojo, rizoso, pecoso. Pecas
naranjas como lentejas a separar, piel blanca y labios gruesos…
¡
Silencio ¡, me digo. Me callo, escucho, cierro los ojos. La sangre recorre su camino, a borbotones; un ruido estruendoso
que no oímos y que no sentimos. La sangre palpita con rabia. ¡ Silencio¡
- me grita. Me callo, escucho y percibo. Roja, en una nevera roja en un
campo verde. El cabello al viento, y la luz se muestra en cascadas
cegadoras repletas de peces subconscientes, cántaros de vicios, deseos,
miserias, verdades como rocas.
El río suena, la sangre avanza, los
deseos se agolpan contra presas de moralidad. Una mente abierta de
piernas es un abismo al ostracismo, el olvido, el rechazo, la
hipocresía. Una mente fornicada es una mente satisfecha, una mente.
Sigamos
pues, cabalgando por verdes praderas entre secretos exhibidos y
congelados en neveras rojas. Maduremos nuestras ideas follando como
monos los cerebros victorianos hasta que expandan sus masas cerebrales
en un orgasmo de liberación.
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