Se vierten litros de cordura en océanos de imbecilidad mientras el
planeta gira obcecado en su propio eje. Los perros del infierno ladran y muerden, se muestran obscenos vestidos en oscuros ropajes
financieros. El niño llora, la madre se rebela, el padre se emborracha, y
los perros ríen.
Vemos imágenes como gotas de lluvia en un
temporal, ¿procesamos?,¿pensamos?; reaccionamos al grito de justicia,
nos esclavizamos a nuestra propia idea y no cuestionamos. Nos bañamos en
la tormenta, nos vestimos a golpe de flash y corremos como posesos
hacia la estupidez, la nuestra.
Café, Palmieri, café, son, la vida
es bella. Ritmo, cadera, tabaco, ron. Muchos son los pecados y pocas
las virtudes. A eso lo llamo castración, moral sobretodo. El daño está
hecho y permanece aun cuando las vacas sigan pastando o los peces
desovando. La inalterabilidad es hormigón armado, así que de poco sirve
darse de cabezazos contra el mur: este es inamovible, es un deseo de
pensión.
No me sirve la cordura ni me sirve la imbecilidad. No me
sirven, no funcionan, me agobian con sus nítidos razonamientos escasos
de sal. El mar me abraza, primero fríamente; después con voluptuosidad.
Me sirve, confío.
Tras cortinas rasgadas, Paul me observa. Rojo, blanco y azul.
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