lunes, 12 de agosto de 2013

24 de agosto, 00:21



Cualquiera de mis vecinos ha hecho más méritos en un viaje en ascensor que yo en toda mi vida para encontrarme en esta situación. Treinta y ocho minutos para expeler los gases de la muerte que valen menos que treinta y ocho segundos cuerpo a cuerpo en la atmósfera opresora de un ascensor.

Como en el camarote de los hermanos Marx, los metería a todos y rompería el cable a mordiscos. La cotilla compulsiva, bilis por sangre y mierda por palabras; su perro faldero con sus ladridos de patio de luces. El chiste con piernas, armada de su "escoba coitus interruptus" y su mirada de pérdidas. El "si te he visto no me acuerdo", aunque mañana tal vez sea "buenos días", el que no te espera con la puerta abierta del ascensor, el que te rehuye, el que te cierra la puerta en las narices,....., todos ellos.

Treinta y ocho minutos para el ambi pur. Hasta las margaritas huelen a ira.

Putos vecinos.

3 comentarios: